“La Tortuga Roja”: El silencio de la Soledad












El relato animado de La Tortuga Roja (2016) se mueve, constantemente entre la realidad y la magia. 









En la primera escena se observa a un hombre a la deriva, entre inmensas olas que lo cubren como montañas de agua. Con escasas posibilidades de sobrevivencia, el destino lo empuja a una isla desierta que se convierte en una prisión paradisíaca de la que no hay salida.

El misterioso protagonista, descubre que, al eludir de la muerte, ha renacido. Su existencia está transformada y debe adaptarse a su nueva casa, en el que contempla a diario el mar y un espeso bosque de bambú.

Hasta que aparece en su vida una enigmática tortuga roja que dará vuelta a su mundo.

El director Michael Dudok de Wit escribe esta alegoría sobre la angustia de la soledad y los mecanismos que deben ser inventados para superarla, a través de las continuas vivencias de un náufrago, que se reinventa y supera sus largos períodos de depresión.

El gran acierto de la producción fue confiar el elemento artístico a Isao Takahata, que prestó la marca Ghibli la compañía que fundó con el otro genio Hayao Miyazaki, para escenificar un drama de animación tradicional, con dibujos bidimensionales, mágico empleo de los colores y con una humanidad palpitante, toda esta odisea acompañada de una distinguida banda sonora de Laurent Pérez del Mar.



El cortometraje de apenas 80 minutos, carece por completo de palabras y tiene una historia sencilla sin ser plana y con elementos profundos. La razón de las imágenes es suficiente para describir, con actuaciones apasionadas, los cambiantes estados de ánimo del náufrago, que al principio se encuentra desconsolado y afligido en la isla. En ese lugar en medio del mar, aislado de la civilización, se siente tan insignificante, como uno más de los infinitos granos de arena que lo rodean. Pero, en un arco maravilloso, se va llenando de luz.

Sigilosamente, el hombre intenta evadirse del Paraíso, pero una fuerza extraña le impide llegar a altamar. Su rústica barcaza, creada con troncos, es destruida en repetidas ocasiones hasta que encuentra la razón de sus desventuras de una manera que encausa la historia por una vertiente que se debate entre la realidad y la alucinación impuesta por la desesperación.

El hombre adquiere esperanza. La tortuga roja, que inesperadamente se vuelve su compañera, le permite visualizar un futuro mejor, terso, acompañado en una insospechada posibilidad de acceder a la felicidad y la alegría.

Se percibe que el náufrago tiene buen corazón, que lamenta sus errores, que quiere hacer el bien y que su idea de la dicha está concentrada en un microcosmos, en el que no demanda más que amor y supervivencia.



Pero Dudok de Wit tira con calculada despreocupación pistas inquietantes que mueven a la duda. Así como le ofrece al hombre solo una entrada al gozo espiritual y terrenal, también puede estar manipulando su angustia, mofándose de su desventura, en un juego de apariencias cruel y devastador.

En su anticlimática parte final, La Tortuga Roja cierra el ciclo de la vida con imágenes de belleza absoluta y con momentos descritos en forma de poesía dramática pura. Pero, simultáneamente, abre la anécdota a la interpretación personal.

Es una obra maestra, conmovedora hasta las lágrimas.



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